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¿Tuvimos un hijo

Capítulo 262
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—Anastasia, si tienes problemas en el trabajo, no dudes en decirle a Elías. Ve y moléstalo todo lo que

quieras. En caso de que él no haga nada, dímelo para que me encargue de él —declaró Miguel, muy

entusiasta cuando se trataba de molestar a su primo. —No será necesario. Mis proyectos no escalarán

a su nivel —respondió Anastasia con una risa. —No me refiero solo a tus proyectos, sino también a

tus compañeros. Puedes hacer que Elías despida a quien sea —comentó Miguel, pues no quería que

ella la pasara mal en el trabajo. —Por favor, Miguel. La oficina es un lugar para trabajar, no para

molestar a las personas. —Anastasia negó con su mano, pero, justo en ese momento, su teléfono

sonó. Su corazón se aceleró cuando vio que era una llamada de Elías. —¿Por qué no respondes?

¿Quién es? —El presidente Palomares —contestó Anastasia, pues no quería esconder nada de

Miguel. —Dámelo, yo contesto —indicó, tomando el teléfono. —Oye, Miguel… ¡No hagas tonterías,

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por favor! —El corazón de Anastasia se aceleró cuando él agarró el teléfono, pues sabía que haría

alguna travesura, aunque no sería Miguel si no hiciera bromas. —Hola, Elías. Anastasia no puede

atender el teléfono. Mejor habla conmigo. —¿Qué hacen juntos? —preguntó Elías en un tono

monótono. —¿Por qué? ¿Tienes miedo de que se quede conmigo? —replicó con una risa. A pesar de

que Miguel ya había desistido sobre Anastasia, no podía evitar sus ganas de molestar a su primo. —

Dale el teléfono. Esto es importante —ordenó Elías. No estaba de humor para bromas. —¡Quiere

hablar contigo! —Miguel le pasó el teléfono cuando supo que era un asunto serio. —¿Hola? —

Anastasia se apartó para tomar la llamada. —El enemigo de tu padre, Heriberto, ha hecho muchos

actos despreciables e incluso terminó en la cárcel. Por seguridad, decidí que es mejor que tú y

Alejandro vivan conmigo por ahora. —Elías fue directo al punto. —Disculpa, ¿qué? ¿Vivir contigo? —

Los ojos de Anastasia se abrieron de par en par por la incredulidad. —Ya arreglé todo para que

Alejandro vaya a un preescolar privado de mucho prestigio. La seguridad del lugar es muy estricta, así

que no tendrás que preocuparte por él cuando esté ahí —continuó Elías con la misma seriedad. —

Gracias, pero no quiero molestarte más. Tendré más cuidado a partir de ahora —declaró Anastasia,

pues pensaba que no podía seguir importunándolo con los problemas que ella misma debería

manejar. —Anastasia, ¿qué es más importante: la seguridad de Alejandro o tu ego? —presionó Elías.

—Gracias por tu preocupación, presidente Palomares. Anastasia colgó después de eso. Una vez

acabaron de almorzar, Miguel la llevó devuelta a la oficina y ella se despidió de él cuando se bajó del

carro. Una vez que lo vio partir, ella entró al vestíbulo, pero sintió a un par de ojos que la seguían. Se

giró y miró a una camioneta con una de las ventanas abajo. Adentro de ella, estaba un hombre,

fumando, quien además la observaba. Cuando intercambiaron miradas, él ni siquiera se inmutó. Al

contrario, la vio de forma obscena y continuó fumando. Exhaló el humo en dirección a Anastasia y le

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lanzó una sonrisa amenazante, lo que hizo que su corazón se acelerase y recordara la advertencia de

Elías. «¿Ese sujeto de verdad es uno de los hombres de Heriberto? ¿¡En serio pretende vengarse de

mi papá y me quiere usar para ese objetivo!?». Anastasia salió disparada del vestíbulo y se fue directo

al elevador, en donde presionó el botón para el octavo piso, el piso del presidente. Una vez salió de él,

Anastasia se dirigió a toda prisa hacia la oficina de Elías, pero antes de entrar, se giró hacia uno de los

asistentes y preguntó: —¿Se encuentra el presidente Palomares? —Acaba de llegar. Está adentro —

contestó. Anastasia tocó la puerta y una voz grave y masculina le contestó: —Pase. Anastasia abrió la

puerta y encontró a Elías en el sillón, revisando unos documentos. El sol de la tarde otoñal brillaba

detrás de él, cubriendo a su figura oscura con unos rayos dorados. —Presidente Palomares, debo

discutir algo contigo. —Anastasia ya no se permitía actuar sin cuidado. Desde que tuvo a Alejandro, la

menor señal de peligro hacía que se pusiera nerviosa, cosa que pasó en esta ocasión cuando

descubrió al sujeto que la vigilaba. —Claro —contestó Elías, bajando el documento. —Un hombre me

vigilaba en la entrada. Sospecho que trabaja para Heriberto. ¿Cómo supiste que él quiere vengarse de

mi papá? —preguntó Anastasia, completamente preocupada.